¿QUIÉN SE INVENTÓ AIDA?
Verdi, por supuesto. Sí, pero, cuando se quieren mencionar las fuentes literarias, la cosa ya no es tan sencilla. Las enciclopedias lo tienen claro: libreto de Antonio Ghislanzoni según un esbozo de Auguste Mariette. Pues, mira por dónde, no es exactamente así.
Mariette, el famoso arqueólogo francés protegido del khedive de Egipto, que le otorgó el título de Bey en consideración a sus descubrimientos en Gizeh, Sakkara y Tebas, había hecho publicar un opúsculo en edición limitada sobre el tema y sugirió al khedive que sería un argumento ideal para la ópera que celebraría la apertura del Canal de Suez y, al mismo tiempo, la inauguració del Teatro de la Ópera del Cairo.
La primera pregunta, por lo tanto, es la de si la idea era del todo original de Mariette, que de escritor no tenía prácticamente nada. El esbozo que contiene el germen de la obra sí que parece que lo era. Las raíces ya son más dudosas. De hecho, el hermano del arqueólogo, Édouard Mariette, aseguró en sus memorias que Auguste se inspiró en una novela suya, La fiancée du Nil, escrita en 1866 pero nunca publicada, obra que conocía perfectamente.
No sólo esto. Un antecedente más remoto –y esto para los dos hermanos- podría haber sido la novela del escritor griego del siglo III Heliodoro, Las etiópicas, en diez libros, que presenta notables similitudes tanto por lo que se refiere al argumento como a las situaciones o los referentes geográficos, con dos princesas, una de ellas esclava de la otra, rivales por el amor de un guerrero y la acción alternándose en el Palacio Real de Menfis, el Templo de Isis y las regiones de Etiopía.
En una carta a su hermano, sin embargo, Auguste Mariette afirmaba “Yo fui quien hizo el esbozo. No obstante, no redactaré el libreto; lo que hice fue poner las escenas en orden y por lo tanto la idea original de la ópera ha sido mía”.
¿Y qué hizo con aquel esbozo? Pues enviarlo en seguida al famoso libretista francés Camille du Locle, que ya había colaborado con Verdi a raíz del Don Carlo, pidiéndole que buscara un compositor, mencionándole que quería preferentemente Gounod, Verdi o Wagner. Fue a Verdi a quien Du Locle envió el esbozo conjuntamente con una pieza del dramaturgo español Adelardo López de Ayala. Cuando el texto llegó a manos de Verdi, sin embargo, las ceremonias del Canal ya habían tenido lugar y la Ópera del Cairo ya había sido inagurada. Con Rigoletto, eso sí.
Verdi quedó cautivado por las posibilidades del argumento, aún extrañándose de que un hombre como Mariette hubiera podido mostrar un pulso tan fime en la narración. Y de hecho más de un especialista ha especulado con la posibilidad de que el redacción hubiera metido baza Emanuele Muzio, que había dirigido el Rigoletto antes mencionado o incluso Temistocle Solera, autor de aquel ya lejano Nabucco que no deja de presentar analogías con la nueva ópera y que justamente había estrenado un Himno para las celebraciones de Ismailia a raíz de la inauguración del Canal. Sin embargo, nada de esto queda acreditado y Verdi, a pesar de desconfiar de la verdadera autoría del argumento, decidió aceptarlo y encargó a Du Locle la confección del libreto que tenía que ser musicado.
Tampoco la labor de Du Locle se ha visto libre de ciertas especulaciones sobre la originalidad de su trabajo y diversos autores se han fijado en la Nitteti de Metastasio como inspiradora de ciertos pasajes. Da igual. Lo cierto es que Camille du Locle debería figurar, de hecho, como autor del libreto de Aida. Verdi, sin embargo, quería el texto en verso y en italiano y encargó la traducción y la versificación a Antonio Ghislanzoni, que ya lo había ayudado al componer unos versos para la revisión de La forza del destino.
Así pues, ¿hay que atribuir el libreto a Du Locle o a Ghislanzoni? A ninguno de los dos: hay que atribuirlo al propio compositor, que tantas correcciones exigió al dócil poeta, tantas sugerencias le hizo llegar, que por lo menos debería figurar como coautor en los créditos de una obra que finalmente pudo estrenarse en El Cairo, aunque su flamante teatro ya hubiera sido inaugurado.
MARCEL CERVELLÓ
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