LE NOZZE DI FIGARO ANUNCIA GRANDES CAMBIOS SOCIALES
Con el tiempo transcurrido desde su estreno, hoy tenemos suficiente perspectiva histórica para entender el mensaje que Beaumarchais, el autor del argumento original de esta ópera, enviaba a la sociedad de su tiempo: la era del dominio de la aristocracia se había acabado y, envuelta en sonrisas y reverencias, empezaba otra historia de la sociedad europea, hecha de sucesivas revoluciones que acabarían creando un mundo diferente, dominado por la nueva clase ascendente, la burguesía impulsada por el progreso económico y por los avances técnicos (el de las máquinas de vapor en primer lugar) que configurarían un mundo diferente en el cual no tendrían cabida las distinciones sociales de lo que desde entonces se llamaría “El Antiguo Régimen”.
Éste tenia unos cimientos aún feudales que ponían la población civil en manos de la aristocracia de tal manera que era necesario quitarla de en medio como fuera y abolir sus antiguos privilegios que impedían el imparable progreso de la sociedad. Los nobles, además, “ablandados” por muchos siglos de no tener iniciativas propias se habían convertido en inoperantes (recordemos el Don Ottavio de Don Giovanni, que se pasa la obra diciendo que tomará medidas i nunca toma una que sea eficaz).
Pero algunos de los gobernantes de Francia tomaron nota de la “peligrosidad” de esta comedia y cuando Beaumarchais estrenó Le mariage de Figaro, en 1784, la reacción de las autoridades francesas fue la inmediata prohibición de la obra (grave error: era la mejor manera de suscitar su difusión). En Viena, el emperador José II de Austria, queriendo distinguirse como tolerante, permitió que su “poeta oficial”, Lorenzo da Ponte, hiciera una obra sobre este argumento y que le pusiera música el compositor Wolfgang Amadeus Mozart, que se había distinguido poco antes con una ópera en alemán, El rapto en el serrallo, pero los autores recibieron la consigna de suprimir del texto de Beaumarchais las escenas más conflictivas (la del juicio –los nobles podían juzgar a las personas que vivían en sus tierras- y un alegato en pro de la libertad de prensa). Aún así, el sentido de la obra queda bien claro para que su mensaje fuera suficientemente comprensible: aquello que en castellano se dice con tanta claridad con la expresión “Se acabó lo que se daba”, es decir, esto está listo y no hay nada más que hacer. Pero sólo la gente lo bastante inteligente podía captar este mensaje (en Versalles, la reina María Antonieta insistió en conocer la obra i no entendió nada de todo aquello que acabaría costándole su coronada testa).
Pero el mensaje –no se podía hacer de otra manera en aquellos tiempos- llega envuelto en sonrisas y reverencias. Reinaban las formas elegantes del buen gusto y de la cortesía y, por esto, desde el primer momento en que Figaro se entera de las intenciones del conde de Almaviva de impedir su boda con Susanna, en vez de proferir insultos y amenazas se limita a decir (cantar) Se vuol ballare, signor contino (Si quiere bailar, señor conde) y a ofrecerse a acompañarlo con una guitarrita.
Por mucho que los enfrentamientos (el de Figaro con el conde, los de Susanna y Marcellina, etc.) sean frecuentes en la obra, todos se hacen evitando las inconveniencias e insultos y todo se desarrolla en un clima de cortesía, como mandaban las convenciones de una época en que se había implantado la costumbre de la amabilidad y el de “ser buena persona”, o al menos intentar parecerlo. No es porque sí que ésta es la época en la aparecieron las novelas “que hacían llorar”, porque leyéndolas (públicamente si se podía), uno adquiría fama de “sensible”.
En este sentido, incluso el orgullo feudal del conde de Almaviva queda un poco disimulado detrás de una capa de elegancia, aunque se puede percibir perfectamente en su única aria (Vedrò mentr’io sospiro), en la expresa su indignación por el hecho de que un sirviente pueda tener la mujer (Susanna) que el conde desea. Pero si analizamos bien el texto (de la ópera) podemos apreciar que la condesa, una mujer mucho más sensible y “buena”, llega a lamentarse de tener que depender de su criada para que la ayude a castigar la infidelidad del conde.
Lo más interesante de la obra –y que la ópera recoge fielmente- es la mezcla de diferentes grados de vinculación a la sociedad nobiliaria de los personajes, desde el viejo Doctor Bartolo hasta el paje Cherubino, que ha descubierto el amor y –de momento- no tiene ningún inconveniente en perseguir a Barbarina, la hija del jardinero Antonio (el más “primitivo” de los personajes populares) pero intentando conseguir también a la misma condesa si se da el caso, cosa que Beaumarchais haría posible en la tercera de las obras de la saga de Figaro, La mère coupable, escrita más tarde y universalmente catalogada como obra muy inferior a las dos primeras, El barbero de Sevilla y la que nos ocupa este año por la feliz iniciativa de la Associació d’Amics de l’Òpera, que vuelve a llevar por toda Cataluña esta obra fundamental de la historia de la ópera… y, como hemos visto, de la historia europea en el sentido más amplio.
ROGER ALIER
|