DOS ÓPERAS PARA DOS CANTANTES Y UN ACTOR
La historia de la ópera esconde algunas felices coincidencias. Y, en el caso del doble programa que nos ocupa, podemos encontrar más de una. Sobretodo por el hecho de tratarse de dos obras de cámara, escritas por dos compositores italianos y que se representan con dos cantantes (una soprano y un barítono –o un bajo cómico-) y un actor. Se trata de dos títulos separados en el tiempo, porque La serva padrona de Pergolesi se estrenó en 1733 en Nápoles como intermezzo –o sea en medio de los dos entreactos- de Il prigioniero superbo, también de Pergolesi. Por su lado, Il segreto di Susanna del veneciano Ermanno Wolf-Ferrari tuvo su primera representación en Munich en 1909.
La fama de la ópera de Pergolesi no viene de su estreno, sino de la reposición que se hizo en París en 1752, seis años después de haberse visto en la ciudad de las luces por primera vez. Los enciclopedistas franceses, con Jean-Jacques Rousseau a la cabeza, saludaron en la deliciosa partitura de La serva padrona el rumbo que debería seguir la ópera a partir de entonces: lo que más llamó la atención de los ilustrados franceses fue la gracias, la originalidad y la chispa del melodismo italiano, tan espontáneo, ante lo recargado de la tragédie lyrique que, desde los tiempos de Lully y pasando por Rameau, ocupaba los escenarios operísticos de París.
Más allá de los debates estéticos, conocidos en su tiempo como la querelle des bouffons, hoy en día La serva padrona sigue resistiendo el paso del tiempo con la deliciosa disposición de sus arias y sus duetos, gracias a la impronta personal que Pergolesi supo dar a los personajes protagonistas, Serpina y su patrón, el gruñón Uberto, que prefigura en buena medida los personajes de basso buffo de los que Rossini tomaría buena nota.
Por su lado, Il segreto di Susanna anuncia en cierta medida las campañas publicitarias contra el tabaco y el carácter perjudicial de este pequeño placer, hoy tan denostado por los mimos medios de comunicación (publicidad, cine y televisión) que cantan sus virtudes. Porque Susanna, mientras se deleita con el humo que sale de su cigarrillo mientras canta al lado de su criado aquello de O gioia la nube leggera, ignora que su sufrido marido, el Conde Gil, piensa que ella tiene un amante: ¿de dónde, sino, sale el olor de humo y de tabaco que ocupa las estancias de las casa de la joven pareja? Al final, el Conde se dará cuenta de que en realidad es Susanna la que fuma, al lado de su criado, de manera que el conflicto queda resuelto de la manera más fácil, reconociéndose que Tutto è fumo a questo mondo, pocos años después que Arrigo Boito y Giuseppe Verdi hubieran puesto en boca de los personajes de Falstaff aquello de Tutto nel mondo è burla.
Los dos títulos que comentamos son, de hecho, dos caras de la misma moneda, dos intermezzi de corte cómico, con un estil diferente entre ellos pero que mantienen la espontaneidad y la gracia como motores estéticos.
Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) es uno de los máximos representantes de la ópera napolitana de la segunda generación, posterior a la de Alessandro Scarlatti, y fue uno de los artífices de la evolución del género buffo (cómico) a pesar de haber fallecido con poco más de veintiséis años. Ermanno Wolf-Ferrari (1876-1948) se mueve entre dos generaciones, la de los post-veristas y la de los representantes de los cambios en el lenguaje musical del siglo XX, y también entre dos realidades, la italiana y la alemana. Pero, como Verdi, mantuvo incólume el principio según el cual volver a los modelos del pasado podía convertirse en un signo de progreso. Una delicia como Il segreto di Susanna es una buena muestra de ello. De hecho, el homenaje de Wolf-Ferrari a Pergolesi i a su célebre intermezzo es más que evidente a lo largo de los poco más de tres cuartos de hora de duración de esta página, un verdadero hallazgo (como La serva padrona, igualmente corta) en el terreno de la ópera de cámara.
JAUME RADIGALES
Crítico musical de Catalunya Música y de La Vanguardia
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