DONDE TODO EMPEZÓ
En Japón, naturalmente. Pero no solo en Japón. Los dramas de la gentil florecita oriental traicionada y abandonada por su repelente amante occidental ya venían de lejos. De hecho, la Sélika de L’Africaine ya castigaba los escenarios desde 1865 y bien pronto se le uniría Lakmé, nacida en la novela Le mariage de Loti –nom de plume de Louis Marie Julien Viaud- donde aún era la polinesia Rarahú antes de pasar por las manos de Gondinet y Gille y convertirse en la hija de un sacerdote brahmánico para la música de Léo Delibes (1880). El país de los cerezos en flor entraría en esta historia con Madame Chrysanthème, la comédie-lyrique de André Messager estrenada en 1893, donde la protagonista ya era japonesa y tenía nombre de flor (Ki-Hou-San en la versión local). También aquí se aprovechaba material de Loti, pero sin desenlace trágico: en la novela el protagonista, al despedirse de su ex local, la encuentra bien contenta contando las monedas de la liquidación de su ‘matrimonio temporal’.
Loti, oficial de la marina francesa, conocía bien Japón y su color local. No era el caso de John Luther Long, abogado de Filadelfia y ocasional escritor, autor de la novela corta Madame Butterfly, publicada en el Century Magazine el mes de enero de 1898, que en Japón no había estado jamás. Tenía allí, sin embargo, una hermana, Jane, esposa del misionero Irwin Corell y misionera ella misma, que escribía a menudo a su hermano informándolo de los usos y costumbres de su tierra de adopción, donde tuvo una buena relación con el empresario Thomas Blake Glover, bien enraizado en el país y casado en dos ocasiones con mujeres japonesas. A la segunda, Tsuru Ohtsuki, la conoció con solo quince años, como la Cio-Cio-San de la ópera, y vivió con ella hasta su muerte. Más dramático sin llegar a ser trágico era el caso de una joven que había sido sirviente en una casa de té y que acudió a la misionera para convertirse al cristianismo. Esta Cio-Cio-San de bolsillo había sido la esposa de ocasión de un oficial de marina extranjero –ruso, si embargo, y no norteamericano- que acabaría dejándola sin que la cosa acabara mal del todo. De hecho, en una entrevista publicada en 1931 en la revista japonesa Jiji-Shinpo, la señora Corell reconocía haber explicado esta historia a su hermano, aunque, como después confirmaría a la soprano japonesa Tamaki Miura, famosa Butterfly operística de la época, la Cio-Cio-San auténtica nunca pensó en suicidarse.
Cuando la obra de Long fue publicada en el Century Magazine –e incluida, poco después, en una selección de cuentos sobre temas orientales- poco podía sospechar su autor la repercusión que todo aquello traería cuando cayera en las manos del autor dramático David Belasco y, más tarde, de Puccini y sus libretistas Illica y Giacosa. Con su final dramático, inventado, éste sí, por Long, la obra interesó al comediógrafo David Belasco, que captó el interés teatral y acució a Long para conseguir los derechos de adaptación. A pesar de haber rechazado hasta entonces algunas proposiciones similares –entre ellas la de la conocida actriz Maude Adams- el novelista acabó cediendo e incluso colaboró con la adaptación teatral en lo relativo a la ambientación local. La pieza teatral, en un solo acto, se estrenó el 5 de marzo de 1900 en el Herald Square Theatre de Nueva York, acompañada de la obra cómica Naughty Anthony. Quizá este hecho engañó de entrada a los espectadores, que reían de los disparates en la pronunciación inglesa de la geisha en las primeras escenas; sin embargo, todo cambiaría cuando se produjo la magnífica intuición teatral de la vigilia nocturna, una idea que pasaría prácticamente sin cambios a la versión operística. Craig Timberlake, en su libro Life and Works of David Belasco, recogió el efecto de una manera bien gráfica:
“La transición entre ambos cuadros se produjo sin la habitual bajada del telón. Mientras se ponía el sol Butterfly, con el niño y Suzuki, acurrucados cerca de la ventana, esperan la inminente llegada de Pinkerton. Cae la noche y las linternas de celebración preparadas para la acogida se apagaban una a una hasta que toda la escena quedaba a oscuras. Gradualmente se insinuaba la luz del alba y se podía ver la figura inmóvil de Cio-Cio-San, de pie ante la ventana mientras Suzuki y el hijo duermen junto a sus pies. Poco a poco, el sol llena la sala y los pájaros hacen oír su canto desde el jardín.”
Catorce minutos de silencio escénico –¡sin música!- que dejaron sin aliento a los espectadores, subyugados por la presencia y la pose de la actriz Blanche Bates.
A finales del mes de marzo la obra dejó de representarse, pero poco tiempo después se estrenaba en el Duke of York Theatre de Londres, formando programa doble con Miss Hobs de Jerome K. Jerome. Allí la pudo ver Giacomo Puccini, invitado por sus amigos Alfredo y Maria Angeli, y aunque no entendía el inglés quedó prendado de la interpretación de Evelyn Millard, a quien el propio Belasco había preparado siguiendo el modelo de la Bates. El resto es bien conocido: los derechos de adaptación de novela y obra teatral fueron adquiridos por mil quinientos dólares y la ópera Madama Butterfly rescató para la posteridad una concepción escénica que sin su vertiente lírica se habría perdido irremisiblemente. Cuando la ópera se representó en Filadelfia el 14 de enero de 1907, pocos días después de su estreno en Nueva York y con los mismos intérpretes, encabezados por Geraldine Farrar y Enrico Caruso, Long asistió a la representación desde un palco que compartió con Elvira Puccini. No quiso salir a saludar al final de la representación, como sí que lo hizo Puccini. Aquél ya no era su momento de gloria.
MARCEL CERVELLÓ
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