DON GIOVANNI
Es quizá la más famosa de las óperas de Wolfgang Amadeus Mozart, con un texto del libretista Lorenzo da Ponte, basado lejanamente en la comedia El burlador de Sevilla, durante mucho tiempo atribuida a Tirso de Molina pero que recientemente se ha visto que, al parecer, es de un autor italiano de la misma época.
La ópera de Mozart fue estrenada en el Teatro Nostic de Praga el 29 de octubre de 1787. El entonces empresario de este teatro, que era el italiano Pasquale Bondini, había quedado fascinado por el éxito obtenido en Praga por Le nozze di Figaro (que en Viena había obtenido una atención moderada), e invitó a Mozart y al libretista a que fueran a Praga a comprobar “in situ” cómo la música de Le nozze di Figaro se escuchaba por toda la ciudad y a todas horas. Efectivamente, los invitados pudieron presenciar cómo por las calles pasaban músicos improvisados que tocaban los números más importantes de Le nozze y en los bailes públicos de Praga se tocaban también adaptaciones de la ópera. Antes esto, el empresario preguntó a los dos artistas si querían escribir una nueva ópera para el Teatro Nostic. Como hacía poco que se había estrenado en Venecia una ópera en un solo acto del entonces muy conocido compositor italiano Giuseppe Gazzaniga (1743-1818) sobre el tema de Don Giovanni, Mozart y Da Ponte decidieron tomar este tema pero dándole un mayor desarrollo, para que tuviera una dimensiones parecidas a las de Le nozze di Figaro.
Para poder componer la ópera con comodidad Mozart y su esposa aceptaron la invitación de un compositor amigo, Franz Xaver Dussek y su esposa Sophia, que tenían una confortable villa de veraneo a las afueras de Praga. Los Mozart fueron pasando allí los días porque el estreno, que se había fijado para el día 15, finalmente se tuvo que retrasar hasta el 29 de octubre por las típicas razones teatrales (enfermedades, incumplimiento de las tareas de preparación, etc.).
Sobre la composición de Don Giovanni en esta villa de los Dussek nos han llegado algunas anécdotas, especialmente la relativa a la preparación de la obertura que, tal como se solía hacer entonces, Mozart dejó para el final. La noche antes del estreno Mozart aún no la había escrito y los músicos estaban esperando recibir las partes de la orquesta para poderla interpretar. Mozart se moría de sueño, pero su esposa Konstanze lo mantuvo despierto, dicen, sirviéndole abundantes raciones de café hasta que la tuvo terminada. Las partituras fueron enviadas rápidamente a los copistas: no había entonces manera de reproducir escritos como los tenemos hoy (fotocopias, etc.) y con las hojas aún con la tinta húmeda se pusieron en los atriles de los músicos que pudieron hacer una única lectura antes del estreno. Muchas veces las cosas que hoy encontramos perfectamente simples no lo eran en absoluto entonces y seguramente las interpretaciones precipitadas de las obras acabadas de escribir hoy nos horrorizarían.
En todo caso, el estreno en Praga fue un éxito (hubo críticas favorables incluso en la prensa local) y por esto en el teatro de la corte de Viena el emperador aceptó que también se produjera el Don Giovanni al año siguiente; al volverla a llevar a escena, Mozart hizo algunos cambios y algunos añadidos, de los cuales los más notables son una ária de Don Ottavio (“Dalla sua pace”, en el primer acto) y una para Donna Elvira (“Mi tradì quell’alma ingrata”, del segundo). Según parece, Mozart escribió “Dalla sua pace” porque el tenor que tenía que cantar el Don Ottavio en Viena no se atrevía a cantar “Il mio tesoro”.
Por el carácter próximo al romanticismo del tema, esta fuer la única ópera de Mozart que se hizo algunas veces durante el siglo XIX, cuando la música de Mozart se “veneraba” pero no se interpretaba casi nunca. Tenemos que pensar que en Barcelona no se estrenó hasta 1849 y sólo poco a poco fue apareciendo en las programaciones del Liceu (1866, 1874, 1880). Naturalmente, en el siglo XX las cosas cambiaron y hoy en día Don Giovanni está considerada como una obra maestra.
La ópera de Mozart –la única que la gente conocía por entonces- fue muy mal representada en el Teatro Principal de Barcelona cuando se hizo finalmente en 1849 (un intento de hacerla en 1824 había sido ¡prohibido por la censura!). La crítica respetó la obra del compositor pero se dijeron todo tipo de malas palabras sobre el libretista, considerado un indecente por su adaptación del tema. No olvidemos que estos eran los años del famoso drama de Zorrilla, Don Juan Tenorio (1844), donde el libertino, impulsado por la virginal Inés (“del alma mía”) terminaba arrepentido en el último momento: “Si un punto de atrición da al alma la salvación…” y se iba al cielo con ella.
Otro problema suscitado por los cambios estéticos de los años que iban pasando era el final. Cuando Don Giovanni se ha ido al infierno, la estética romántica pedía -¡y exigía!- que obra acabara aquí. ¿Dónde se ha visto que después aparezcan todos los que querían castigar al libertino y pasaran un buen rato resolviendo sus propios conflictos para acabar con el “Questo è il fin di chi fa mal”? Aún hoy en día conozco personas que no entiende que Mozart y Da Ponte no escribieron una historia romántica sino un “dramma giocoso”, es decir, una ópera bufa, y aún que el personaje de Leporello es netamente un criado cómico a la manera tradicional. Hubo quien no lo entendió así… y aún los hay que lo mantienen; en algunas funciones –por fortuna no en la nuestra- se llega a cortar la obra aquí, tirando a la papelera veinte minutos de música de Mozart, cosa mucho más inadecuada que no su final real.
Roger ALIER
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