UN FINAL CUANDO NO TOCABA
A raíz del estreno de su ópera Goyescas en la Metropolitan Opera de Nueva York -39 y Broadway, aún- Enrique Granados escribía a su amigo Amadeo Vives: “Finalmente –le decía- he visto realizado mi sueño. Es bien verdad que tengo ya los cabellos blancos y que prácticamente aún no he empezado mi obra. Trabajo, sin embargo, con entusiasmo y mi alegría, es más por lo que ha de venir que no por lo que podido hacer hasta ahora”.
La ilusión por tener todavía toda una vida operativa por delante, si embargo –y de hecho ya antes del estreno había comentado a Óscar Esplá que Goyescas aún no tenía una configuración definitiva- se interrumpiría abruptamente el 24 de marzo de 1916 cuando el vapor Sussex en el que volvía a Europa fue torpedeado por un submarino alemán en el Canal de la Mancha y tanto el compositor como su esposa murieron ahogados. Se dijo que buena parte de la culpa la tuvo el peso de las piezas de oro que tanto él como su mujer llevaban cosidas en los forros de su indumentaria; una precaución, como la de no fiarse de las condiciones fiduciarias en tiempos de guerra y querer cobrar en oro, que resultó fatal. La anécdota, sin embargo, ahora no viene al caso. Lo cierto es que el futuro de la música española, tan augurado por su maestro Felipe Pedrell, perdió a una de sus apuestas más seguras.
Aceptando una sugerencia del pianista norteamericano Ernest Schelling, Granados utilizó el material temático de los dos cuadernos de su suite para piano Goyescas para reestructurarlo en forma de números para la ópera, alterando el orden de Coloquios en la reja, eliminado el epílogo (Serenata del espectro) y haciendo figurar como escena inicial aquello que existía ya como apéndice necesario de la suite (El pelele). Después de haber trazado el cañamazo del libreto conjuntamente con Fernando Periquet, el texto fue completado por éste sobre la música ya escrita. El que acabaría siendo famoso intermedio entre los dos primeros cuadros tuvo que ser compuesto a toda prisa con el objetivo de dar tiempo para la mutación escénica. Parece que el compositor no quedó muy satisfecho, y así lo comentaba con Pau Casals diciéndole: “¡Me ha salido una jota!”. “¡Mucho mejor! –respondió Casals- ¿Es que Goya no era aragonés?”.
Una vez descartada el previsto estreno en el Liceu en la temporada 1914-15 (la obra debería haberse titulado Los majos enamorados) y el posterior proyecto de la Ópera de París, imposibilitado por las circunstancias bélicas, Schelling gestionó el estreno en el Metropolitan, donde sería la primera ópera cantada en español de su historia. Fueron sus prestigiosos intérpretes, aquel 28 de enero de 1916, el gran tenor de Montagnana Giovanni Martinelli (Fernando), el famoso barítono romano Giuseppe De Luca (Paquiro), la soprano norteamericana Anna Fitziu (Anne Fitzhugh en el registro civil) como Rosario y la mezzo Flora Perini, que había debutado en el Met el año anterior, como Pepa. Dirigió la orquesta el maestro Gaetano Bavagnoli y se hicieron cinco representaciones, todas con éxito.
Marcel CERVELLÓ
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