“SOLA, PERDUDA, ABANDONADA...” Y ÚNICA
El melodrama constituyó el motor estético de Giacomo Puccini (1858-1924). Su capacidad para crear heroínas sensibles, entregadas al amor hasta la autoinmolación se personifica en personajes femeninos inolvidables, el primero de los cuales (después de los dos primeros trabajos para el teatro, Le Villi y Edgar, que poseen la semilla que pronto daría frutos excelentes) es precisamente Manon Lescaut, que da nombre a una ópera estrenada en Turín en 1893.
La obra se inspira en la novela dieciochesca La historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut del Abbé Prevost y que años antes había servido de base para óperas de Auber y, sobretodo, de Massenet, convertida en célebre y hoy aún en repertorio. Puccini se quiso alejar estilísticamente de Massenet acercándose a un verismo muy personal, cosa que influyó en la concepción musical, pero también de un libreto escrito a diversas manos.
Inicialmente, el editor Giulio Ricordi había puesto objeciones al hecho de que el joven compositor quisiera poner música a una obra que Massenet ya había escrito y que se había estrenado recientemente en Italia. Pero Puccini consideraba que la visión del compositor francés era, y citamos textualmente, de “peluca empolvada”. Además, Puccini declaró: “Manon es una heroína en la que creo y por tanto nunca dejará de vencer los corazones del público. ¿Por qué no pueden haber dos óperas sobre ella? Una mujer como Manon puede tener más de un amante”, lo cual indica hasta que punto Puccini sentía una extraordinaria atracción hacia el personaje, que constituiría su primera gran heroína, antes que Mimì, Cio-Cio San, Turandot, Liù o Minnie hicieran acto de presencia. Y es que Manon Lescaut se podría subtitular perfectamente como “ascensión, caída y decadencia de una mujer provinciana”, porque es, efectivamente, un perfecto retrato psicológico de un personaje femenino abocado a la fatalidad visto desde la óptica del realismo y sin el distanciamiento preciosista de la música de Massenet: no olvidemos que Puccini se enmarca dentro del ya citado verismo que era su contemporáneo, de manera que su partitura exuda tota la fuerza que arrastra a sus protagonistas a la cruda realidad.
Puccini escribió Manon Lescaut en gran parte en su casa de Torre del Lago, verdadero núcleo geográfico de su inspiración, y contó con la inestimable colaboración de dos libretistas con los que mantendría una relación bastante estrecha a lo largo de algunas de las óperas posteriores: Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, después de que Puccini descartara la colaboración de Marco Praga y Domenico Oliva, habituales poetas de Ricordi. E incluso parece que el compositor Ruggero Leoncavallo y el propio Ricordi también metieron baza. Finalmente, la ópera se estrenó sin que constara el nombre de los autores del texto. Una obra de todos y de ninguno, como le gustaba definirla a Puccini. El hecho de los libretistas fueran tantos hace de Manon Lescaut más que una obra claramente lineal una ópera de estampas, como si a lo largo de sus cuatro actos se quisieran mostrar escenas de la vida de Manon al lado de Des Grieux, su amante.
El músico de Lucca supo extraer de la novela la médula, su columna vertebral. La literalidad aplicada en la ópera de Massenet se convierte en Puccini en un óleo impresionista que sitúa en primer plano la tragedia de los dos protagonistas, la cortesana Manon y el caballero Des Grieux, con una clara y nítida progresión ética y anímica a lo largo dos escasas horas de música, con las cuales Puccini se consolida como un extraordinario dramaturgo: el aria (o soliloquio) “Sola, perduta, abbandonata” que canta Manon en el cuarto acto o el dueto del segundo acto entre Des Grieux y Manon revelan ya la capacidad de Puccini para crear escenas de tensión y progresión dramáticas. En el caso del dueto, una vez ya se ha definido y consolidado de nuevo la pasión que une a Manon y Des Grieux, la escena que culmina en un crescendo expansivo a partir de las frases “I baci miei son questi” por parte de Manon y “i baci tuoi son questi” por parte de Des Grieux.
Manon Lescaut se estrenó con gran éxito el uno de febrero de 1893 en el Teatro Regio de Turín. Ricordi optó por la ciudad piamontesa, lejos de Milán, capital operística por antonomasia que se preparaba para el estreno, ocho días después, del Falstaff con el que Giuseppe Verdi ponía final a su carrera como compositor teatral.
El éxito de la ópera fue considerable y aún lo fue más cuando, en 1894 (un año después del estreno en Turín) tuvo lugar su primera representación londinense. Con motivo de aquellas representaciones británicas, la pluma afilada de Bernard Shaw escribió estas elogiosas palabras: “Puccini me parece más bien el heredero de Verdi que no ninguno de sus rivales”. Un elogio que situaba a Puccini muy por encima de sus contemporáneos veristas.
Esto fue visto igualmente por los críticos y espectadores que verían sucesivamente Manon Lescaut representada por toda Europa y Norteamérica a lo largo de los años sucesivos. En 1907, la ópera de Puccini llegó al Metropolitan de Nueva York, donde sería protagonizada por Enrico Caruso en el papel de Des Grieux. Había llegado al Liceu el 5 de abril de 1896 y volviço a lo largo de unas cuarenta funciones más hasta las últimas, en marzo de 1896.
Jaume RADIGALES
Profesor de la Universidad Ramon Llull
Realizador del programa ‘Una tarda a l’òpera’ en Catalunya Música
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