UNA CENICIENTA SIN HADA
Los que, como yo, ya hace rato que transitamos por la cincuentena, recordamos muy bien, estoy seguro, la versión de La Cenicienta pasada por la criba de la factoría Disney. Tengo muy presente aquella madrastra antipática, seca y estirada; las dos hermanastras estúpidas, malcriadas y feas a más no poder; la Cenicienta dulce y buena con aspecto de Barbie; el hada madrina que aparece en el momento de mayor desesperación de la chica para convertir calabazas y ratones en carrozas y lacayos; la advertencia de no pasar de la medianoche para volver a casa; el baile con un príncipe con aspecto de recién salido del congelador, tan perfecto él; los cortesanos asombrados ante la presencia de una desconocida tan adecuada para el príncipe; la carrera contra reloj para encajar en algún pie el zapatito de cristal que quedó atrás en la huida de la muchacha cuando se acercaban las doce... En fin, recuerdos de infancia de uno de los cuentos para niños más populares que existen.
La Cenicienta es una leyenda común en varias culturas del mundo, tan alejadas de la europea como puede ser la de Vietnam o la de los indígenas de Norteamérica. En Europa se conocen varias versiones, que primero fueron orales y después se pusieron por escrito. Entre las escritas, las más conocidas son la de los Hermanos Grimm, Jakob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), conocidos autores alemanes de cuentos, y la de Charles Perrault (1628-1703), escritor francés que incluyó la historia dentro de la colección Cuentos de la Madre Oca. En nuestro país, la que conocemos más es la de Perrault, más amable. La versión de los Grimm incluye ciertos detalles crueles que te hacen pensar si estos cuentos están realmente dedicados a los niños.
Rossini trabajaba desde 1815 como compositor residente del Teatro San Carlo de Nápoles, entonces el más prestigioso de Italia. Su contrato, sin embargo, tenía la gran ventaja de que, mientras cumpliera con sus compromisos en Nápoles, podía aceptar trabajos en otros teatros. Y así fue que el Teatro Valle de Roma, donde ya había trabajado previamente, le presentó un contrato que firmó el 29 de febrero de 1816, el mismo día de su 24º cumpleaños. Este contrato le obligaba a desplazarse a la capital papal el octubre siguiente para componer la música de una nueva ópera que se tenía que estrenar el 26 de diciembre. Esto, debido a su trabajo en Nápoles, fue imposible para Rossini, que sólo pudo llegar a Roma a mediados de diciembre. Lógicamente, todo eran prisas y para no tener problemas con la censura se eligió un tema inocuo, La Cenicienta, en la versión de Perrault. El libretista fue Jacopo Ferretti, que siguió fielmente el cuento del francés pero también picó un poco de un libreto contemporáneo original de Felice Romani, el de la ópera Agatina o La virtú premiata. que, con música de Stefano Pavesi, se había estrenado en la Scala en 1814.
Rossini completó la ópera en 3 semanas (estreno: 25 de enero de 1817), pero creó una verdadera obra maestra desde el punto de vista musical, una de sus creaciones más apreciadas, con un poco de música prestada de otros obras suyas, como era su costumbre. A Rossini, sin embargo, no le gustaban los argumentos fantásticos, así que La Cenerentola, su particular recreación de La Cenicienta, elimina todos estos elementos y el hada es sustituida por Alidoro, un filósofo, preceptor del príncipe, personaje que, como Dandini, el escudero del príncipe, procede directamente, incluso de nombre, de la Agatina de Romani y Pavesi. Otra cosa diferente: aquí la prueba de reconocimiento de la chica misteriosa no se hace con un zapato, sino con un brazalete (aquí no va de tallas, sino de emparejar el brazalete perdido con su gemelo). Esto escandalizó algunos puristas seguidores de Perrault, pero la razón parece que fue evitar la omnipresente censura ya que el hecho de que se viera el pie desnudo de una mujer en escena era impensable en la ridículamente puritana Roma de aquellos tiempos. Hoy en día hace reír, ¿verdad?
Y aún quisiera señalar otra diferencia con la versión tradicional: aquí no hay madrastra, sino padrastro. Efectivamente, este personaje, yo diría que más grotesco que malvado, es una de las más extraordinarias creaciones de Rossini en cuanto a personajes cómicos se refiere: Don Magnifico, barón de Montefiascone, un verdadero bomboncito de personaje para un bajo buffo.
Esta, querido público, es La Cenicienta que creó Rossini. Una ópera llena de encanto, con una música absolutamente maravillosa, que estoy seguro os hará salir muy satisfechos del teatro. La Cenerentola ossia La bontà in trionfo. Siempre, siempre, celebrando el triunfo de la bondad.
JORDI TORRENTS
Vicepresidente de la AAOS
Director, guionista y presentador del programa 'Hablemos de Ópera' en Radio Sabadell
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